En los estudios paleoecológicos y de biodiversidad de mamíferos los insectívoros, grupo que incluye las musarañas y los topos y erizos actuales, siempre han sido los grandes olvidados. La excusa: que no los conocíamos suficientemente. En el ICP tenemos a uno de los pocos expertos internacionales, Marc Furió. En un trabajo publicado recientemente, del que es autor principal, un análisis de anidamiento –usado por primera vez en ecosistemas fósiles- permite demostrar una estructura anidada de las faunas insectívoras del Mioceno en el oeste de Europa.
Los insectívoros del Mioceno en el Mediterráneo eran pocos y, además, un subconjunto de los que encontramos en latitudes más elevadas. Esta es a la vez la hipótesis y la conclusión del trabajo que acaba de publicar la revistaPalaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology (Paleo3) y que lleva por título “Predictable structure of Miocene insectivore (Lipotyphla) faunas in Western Europe along a latitudinal gradient”.
La hipótesis se hizo evidente en un trabajo previo de Marc y Lars W. Van den Hoek –otro de los autores del artículo e investigador del Netherlands Centre for Diversity Naturalis- cuando recopilaban la información disponible publicada hasta entonces sobre insectívoros fósiles en España. Marc y Lars se dieron cuenta de un hecho que había pasado desapercibido al resto de especialista en micromamíferos: las comunidades de insectívoros de los yacimientos catalanes eran bastante más diversas que las de los yacimientos de Teruel, y a la vez estas eran más ricas que las de Madrid. En cambio, mirando hacia el norte, las asociaciones catalanas eran más pobres que las francesas, y estas menos diversas que las suizas, las alemanas o las austríacas. Había un patrón latitudinal: cuanto más al norte, más diversidad de insectívoros.
Una estructura anidada
Lo más destacable era que en estas comparaciones los géneros identificados en las cuencas más al sur eran siempre un subconjunto de las cuencas más al norte. Todo hacía pensar en un patrón de anidamiento y, en general, este tipo de patrones son indicadores de algun gradiente ambiental subyacente. Por eso, al estudio publicado ahora en Paleo3 se unió Isaac Casanoas, investigador del ICP y especialista en análisis paleoecológicos. A partir de los datos de faunas insectívoras del Mioceno en 400 localidades de España, Francia, Suiza, Austria y Alemania demostraron que este patrón se puede modelizar estadísticamente en una estructura de anidamiento durante prácticamente todo el Mioceno.
La estructura de anidamiento es propia de muchos ecosistemas actuales, y tiene diversas aplicaciones. Una de ellas es que, por ejemplo, permite predecir qué especies corren más riesgo de extinción a corto término dentro de una asociación, o cuáles tienen más probabilidad de éxito para ser introducidas en una zona concreta donde no están presentes. En este caso, es la primera vez que se ha usado el análisis de anidamiento en una modelización de ecosistemas fósiles certificando que, en general, las comunidades de insectívoros se empobrecían progresivamente desde el centro de Europa hasta el sur de la Península Ibérica. La explicación tiene que ver probablemente con los requerimientos biológicos de estos pequeños animales y la gradación decreciente del régimen de lluvias en este mismo transecto.
La investigación con más detalle: temperaturas de anidamiento y topos
El hecho que la biodiversidad de un conjunto de especies presente un patrón de anidamiento implica un cierto orden. Por eso, dado que por principios termodinámicos, orden, temperatura, información y entropía son conceptos que tienen mucho que ver, el observable con el que se mide el grado de anidamiento se llama temperatura. Un patrón de anidamiento perfecto tendría temperatura 0. En el caso de un desorden máximo, que marca la escala, la temperatura sería 100. Las temperaturas de anidamiento calculadas en este trabajo para los diferentes agrupamientos de insectívoros –siguiendo las unidades biocronológicas llamadas zonas MN- se mueven en un rango de entre 3,75 para el agrupamiento más numerosos y 18,47 para uno de los menos numerosos. Con la excepción del agrupamiento MN1, que con una temperatura de 42,91 parece indicar un anidamiento muy pobre. Esto se podría explicar, sin embargo, por el hecho que esta zona no incluye datos de ninguna región mediterránea.
Son también interesantes los resultados de estudios paleobiológicos. Tal y como nos explica Marc “en climas húmedos, como el que había en el centro de Europa, una misma zona permitía la convivencia de más de cinco especies diferentes de topos: había facilidad para excavar galerías o acumulaciones de agua para que todas encontrasen alimento. Pero a medida que el clima se hacía más seco hacia el sur, la limitación de recursos hacía que la competencia ecológica entre especies fuera más dura; cada vez menos especies podían convivir juntas. Lo mismo pasaba con otras especies de insectívoros adaptadas a comer caracoles que, como todo el mundo sabe, son mucho más abundantes allí donde llueve con regularidad que donde sólo lo hace esporádicamente. Donde hoy está Berlín, el ecosistema podía dar cabida a más de veinte especies diferentes de insectívoros, mientras que en ese mismo momento donde hoy está Madrid sólo había tres”.