La revista Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology acaba de publicar un estudio, liderado por el investigador del ICP Daniel DeMiguel, en el que se hace una reconstrucción ambiental y climática de las cuencas centrales de la Península Ibérica durante el mioceno medio.
Que a partir de los dientes fósiles, por pequeños que estos sean, podemos saber mucho de una especie, ya lo teníamos claro. Pero que podamos sacar conclusiones sobre el clima de una zona a partir de un puñado de dientes, esto parece más difícil y-de hecho-hay pocos que saben cómo hacerlo.
Daniel DeMiguel, investigador del ICP y autor principal del artículo "Paleoenvironments and paleoclimate of the Middle Miocene of central Spain: A reconstruction from dental wear of rumiantes", publicado en la revista Palaeogeography, Palaeoclimatology, Palaeoecology, nos explica los detalles de esta investigación, basada en el estudio de los dientes de cérvidos y bóvidos que vivieron en la Cuenca de Calatayud-Daroca hace entre 12 y 13 millones de años.
"A menudo se suele decir que somos lo que comemos y, sin duda, los dientes de un individuo nos hablan del tipo de alimentación que tiene, o que tenía. Lo que uno come deja una huella inconfundible en los dientes que los paleontólogos podemos identificar. Así, gracias al estudio del desgaste dental podemos saber la dieta de las especies extintas, y reconstruir tanto su hábitat como las condiciones ambientales del momento. Es una metodología de investigación poco común, pero muy potente. Con esta técnica, por ejemplo, podemos estudiar los cambios climáticos del pasado, para así tratar de comprender lo que está ocurriendo en la actualidad y poder, en la medida de lo posible, hacer algo al respecto."
Gracias a este trabajo, realizado en colaboración con investigadores de la Universidad de Zaragoza y del Museo Nacional de Ciencias Naturales, se ha comprobado que algunas regiones del centro peninsular no eran tan áridas y estacionales como se pensaba, sino más húmedas y con una vegetación arbórea más densa, mostrando una mayor similitud con áreas como las del Vallès-Penedès. Estos datos parecen indicar la existencia de un cambio climático local hace unos 12,6 millones de años, y la transición de un clima seco y con estaciones muy marcadas, a un clima más húmedo y con estaciones más diluidas. Es interesante destacar que un clima húmedo es necesario para la existencia de primates. De hecho, no hay registro fósil de primates en estas cuencas centrales más áridas y sí en las cuencas del Vallès-Penedès, que configuran el límite meridional del rango biogeográfico de primates en el mioceno en Europa occidental.
Si hemos de vivir juntos, que sea para bien
A partir del estudio de la dentición, los investigadores han podido entender también qué estrategias adaptativas utilizaron los rumiantes para resolver la competencia por los recursos con sus vecinos. Los resultados de esta investigación sugieren que para que dos especies ecológicamente similares puedan coexistir, hay dos soluciones: o bien adoptar estrategias dietéticas oportunistas, o bien especializarse dentro de un mismo estilo alimenticio.
De hecho, ciervos como Heteroprox y Euprox adoptaron la primera en algunas áreas: una alimentación mixta que les permitía pacer y ramonear. Una dieta tan diversificada facilita que las diferentes especies compartan recursos sin coincidir en espacio y/o tiempo. En cambio, en otras áreas, se encontraron indicios de dietas más especializadas, típicas de ramoneadores. En este caso la competencia les llevó a especializarse aún más y Euprox se convirtió en frugívoro –comía frutos y semillas- mientras que el bóvido Eotragus fue folívoro –se alimentó de hojas y brotes.
Las especies más adaptadas también pueden extinguirse
En un trabajo anterior, publicado también por Daniel DeMiguel en esta misma revista, se estudió en detalle un cambio climático del mioceno, uno de los más parecidos en la historia de la Tierra al que estamos sufriendo en la actualidad: se alcanzaron temperaturas similares a las actuales, aunque no tan rápidamente como ahora. La investigación sirvió para ilustrar cómo algunos mamíferos respondieron a este episodio, conocido como Óptimo Climático del Mioceno (hace entre 17 y 15 millones de años), y por qué se extinguieron una vez que -aparentemente- se habían adaptado a las nuevas condiciones ambientales.
Antes de este cambio, las especies dominantes entre los rumiantes eran cérvidos del género Procervulus, los más antiguos que se conocen. Estos mamíferos cambiaron progresivamente su alimentación, haciéndola cada vez menos ramoneadora a medida que la temperatura aumentaba y el clima se volvía más árido. Pero su flexibilidad trófica, condicionada por su pequeño tamaño corporal y la escasa altura de su dentición, no fue suficiente para sobrevivir, ya que las nuevas condiciones ambientales propiciaron la entrada de los primeros bóvidos -mejor adaptados al pastoreo- en estas cuencas. La competencia por los recursos alimenticios demostró que una dieta basada en pasto era más adecuada para el nuevo clima, y provocó la extinción del género Procervulus.